sábado, 11 de abril de 2015

Purgatorio



¿Es este mi castigo? ¿No se habrán equivocado y me habrán mandado al infierno en lugar de darme una oportunidad de ir al cielo por el purgatorio? Muchas veces, cuando era más joven solía bromear con mis amigos sobre qué nos sucedería al morir, ¿a dónde nos iríamos? Imprudentes y cínicos todos decíamos que al infierno: ¡Lujuria!¡Orgullo!¡Envidia!¡Celos!¡Gula!¡Avaricia! Todos teníamos algo que nos hacía sentir “merecedores” de ir a conocer al mismo Satán, pero todo eran bromas, juegos de niños, en el fondo cada quien quería disfrutar de su versión del paraíso. Al parecer yo no estuve tan equivocado en esas bromas infantiles…
^^“Marcos  Sugía”, si aquí estás, Purgatorio: 1583 años, cinco meses y trece días de castigo infernal por el pecado Orgullo y actos menores de lujuria, envidia y avaricia. Bienvenido, “Arrepiéntanse de sus pecados y sean salvos ante la gracia del Señor”.^ ^ Esa fue mi sentencia, en un  minuto ya había decidido qué hacer conmigo y se deshicieron de mi presencia sin más. En un abrir y cerrar de ojos estaba ante una reja enorme, gritos de lamentaciones, súplicas y quejas me llegaban desde el interior, el miedo invadió hasta la última fibra sensible de mi ser y de haberme podido mover probablemente me habría echado a correr tragándome el orgullo que me había enviado a ese horrible lugar; pero estaba sujeto de ambos lados por mis carceleros. Eran varios, con rostros indescifrables y un agarre de hierro.
 -¿Qué sigue?- pregunté con un  ligero temblor en la voz.


-  Prepararte para tu castigo-respondió uno de ellos.
Esa pareció ser la señal que estaban esperando, me arrastraron hacia el interior de un enorme patio y lo que vi me horrorizó: cadenas, clavos, tablas de madera, fustas, látigos, bestias salvajes, sacos enormes llenos de piedras, bozales, cuchillos y demás instrumentos estaban ahí, algunos ensangrentados y otros limpios y listos para ser usados, la imagen me repugnó y me puse lívido al pensar que no habían declarado mi castigo, cualquiera de esas cosas podría ser usada en mí. Mi mente divagaba por esos compasivos pensamientos hacia mi persona cuando, de un solo movimiento, me pusieron de rodillas y extendieron mis brazos hacia ambos lados formando una cruz. Un grito atormentado surgió de entre mis labios al sentir el frío metal de los punzones mordiendo la carne de mis muñecas, me habían puesto unos brazaletes con cadenas colgando que se unían a algo a mis espaldas; para mi mala fortuna no tuve que esperar mucho para averiguar qué era ese algo, una estaca larga se clavó en mi nuca en forma de gancho, tan fuerte y tan profundo en mis vértebras que sin lugar a dudas me habría matado de seguir vivo, estirando tanto las cadenas que a duras penas podía mover los brazos sin sentir un terrible dolor que me recorría todo el cuerpo. Clavaron otras cinco por mi espalda y mis piernas para amarrar mis tobillos con esas argollas metálicas llenas de punzones enterrados en la piel.
La sangre corría caliente por mi cuerpo oscureciendo aún más la negra ropa que tenía al llegar. Me sacaron de ese patio, cada paso era una agonía, hacia un valle enorme donde estaban todos los atormentados. Ataron las argollas de mis pies al suelo y cuando pensé que ya había terminado el dolor una última argolla que conectaba a una polea en el suelo se enterró en mi cuello, haciendo más profunda la herida de la nuca y desgarrándome la piel al moverme por la sorpresa. Estaba completamente inmovilizado, sangrando y herido. Un grupo de hombres se aproximó a donde me encontraba, seis sujetos de dos metros y anchos como toros con una sonrisa de satisfacción y ojos completamente negros, sin atisbo de iris o pupila.

- A partir de aquí ya nos encargamos, ángeles-sisearon al unísono los seres. Mis “carceleros” se alejaron, dejando a cargo a quienes supuse que serían mis torturadores.
-  Ahora comienza el castigo, miserable humano.

El primer golpe me tomó desprevenido y por instinto traté de moverme para contraatacar pero los punzones de mi espalda se resistieron al movimiento desgarrando piel y músculo. Grité de dolor, pero fui acallado rápidamente por otro golpe en el estómago, ni siquiera podía defenderme porque cada movimiento significaba una agonía con el metal mordiendo mi carne y enterrándose entre mis huesos. No me quedó de otra más que rendirme ante la golpiza. “Bastardo, inútil, humano débil, eres una desgracia para tu raza, defiéndete, no nos hagas el trabajo más fácil, no tienes valor, parásito” El ataque verbal golpeaba igual de fuerte que los puños de esos demonios a través de mis oídos, enardeciendo el espíritu que había en mi, hiriendo mi orgullo al saberme impotente ante el ataque.
No sé cuánto tiempo estuvimos así, conmigo amarrado y recibiendo golpes e insultos, la sangre corría libre, me nublaba la vista y ya se había formado un charco a mis pies, la ropa que había traído puesta estaba llena de rasgaduras...
Pero repentinamente las cadenas se aflojaron, tardé un rato en darme cuenta de lo que sucedía, pero en cuanto lo noté me moví con cierta discreción para que mis atacantes no lo notaran, ¡Era libre de moverme! Respiré con fuerza y me impulsé hacia arriba para soltarle un puñetazo al demonio que tenía enfrente cuando las cadenas retrocedieron en la polea con brusquedad, ni siquiera pude tocar a ese bastardo antes de golpear mi nuca dolorosamente contra el suelo con las argollas presionando mi carne hacia abajo como si me quisieran enterrar en la tierra. Escuché las risas de los demonios:

-          Humano imbécil, no va a ser tan fácil- rieron pateando mi estómago.- ¡Ya pasó una semana, tomen un descanso muchachos!

Definitivamente eso no iba a ser fácil. Mi purgatorio serían unos muy largos 1583 años, cinco meses y seis días.